Love Collapse
Nathalie Rey, Enric Maurí, Federica Matelli
8 Nov>17 Dec 2023

Love Collapse – Nathalie Rey, Enric Maurí
comisariada por Federica Matelli
Opening 8 de Noviembre a las 19.30hs
Del 9 de Noviembre al 17 de Diciembre
abrimos con cita previa


Love Collapse es una instalación site specific que surge de la colaboración entre lxs artistxs Nathalie Rey, Enric Maurí y la teórica Federica Matelli. En este sentido, representa un experimento de comisariado inverso, en el cual a partir de un texto escrito por la comisarix sobre el deseo y el amor mediados por la tecnología, el dúo de artistxs ha creado la obra inédita que podemos apreciar en el Espai Souvenir.
El origen de Love Collapse se encuentra en un proyecto anterior realizado por Enric y Nathalie en la residencia artística berlinesa GlogauAir, donde lxs dos artistxs combinaron las dos instalaciones: El jardín de las delicias y A los que les cae el cielo encima. La instalación de Nathalie Rey se inspiró en el cuadro homónimo de El Bosco y en la película de Carlos Saura de 1970 que lleva el mismo título. Apartándose de la crítica política y cultural a la sociedad de consumo presente en otros de sus proyectos, en esta ocasión nos presentó un tema totalmente freudiano, más personal e íntimo. A partir de experiencias personales que no revela por completo, la instalación de Nathalie reflexionó y escenificó los procesos de condensación en los objetos de los sueños, portadores de significados inconscientes que, al no poder ser elaborados conscientemente por el sujeto debido a alguna forma de censura, prohibición o autocensura que los inhibe, se expresan bajo la forma de metáfora.
Por otro lado, Enric Maurí abordó en su instalación uno de los temas que le preocupan desde hace tiempo: la estética de la precariedad. Saltando al mundo de los objetos industriales, que eran los protagonistas allí, un ejemplo de esto es la obsolescencia programada que los acompaña desde su creación. Una muerte anunciada y una metáfora, en palabras dxl artistx, “de la obsolescencia de la felicidad del ser humano convirtiéndole en una víctima de la especulación capitalista, y por lo tanto, totalmente vulnerable”. Y más allá de esto, con el desarrollo del capitalismo cognitivo, relacional y de los afectos, no solo los objetos, sino también los conceptos, las ideas, los movimientos sociales, el amor y el deseo están programados para volverse obsoletos rápidamente en la sociedad actual, que necesita el cambio constante para mantener la economía de mercado.
En Love Collapse, estos dos escenarios se fusionan para escenificar una reproducción analógica de un entorno “virtual” que podría ser tanto el lugar del inconsciente como el lugar de la imaginación o de internet. A través de distintos elementos semióticos, físicos y emocionales, se representan el deseo y el amor en el tecno-capitalismo. Lo que nos interesa en esta instalación es el tema de las emociones vinculadas al deseo y al código del amor, el puente entre el cuerpo y la mente, entre el sujeto consciente y el sujeto inconsciente. Considerar cómo el desplazamiento de la experiencia física del amor y del deseo, la inversión emocional en encuentros sin contacto físico en línea, tiene un impacto emocional en nuestras experiencias y en la configuración física de la interacción emocional. El amor tecnologizado disminuye el interés que lxs humanxs tienen el unx con el otrx al comunicarse con una interfaz. No solo estamos menos inclinados a comprometernos el unx con el otrx, sino que parece que encontramos placer directamente en los artefactos tecnológicos que, al emular rasgos humanos, redefinen nuestro concepto de subjetividad.
En el capítulo “Spells (Cybernetic Feelings)” del libro Love in Contemporary Technoculture, Ania Malinoska examina la construcción algorítmica del evento del amor o enamoramiento en la red. Explica el amor como un sistema semiótico basado en códigos entendidos y creados para significar y evocar una respuesta emocional, que luego se traslada a un compromiso social y función cultural específicos. Nos enseña que el tiempo digital genera el colapso del tiempo, como en los sueños. Las interacciones con y a través de las tecnologías son interacciones “a través de múltiples ritmos temporales”. La asimilación de sentimientos es un efecto de la fusión (o incluso acumulación) de múltiples realidades temporales. Por lo tanto, básicamente, nuestra interacción con los dispositivos tecnológicos está organizada por la colisión de dos temporalidades: la de la máquina y la del ser humano.
El amor mediado por la tecnología se traduce en una nueva experiencia caracterizada por el colapso de las dimensiones temporales en la interacción con la máquina (pasado – presente – futuro) y en las contradicciones inherentes a las ideas de slow love y fast love. Como resultado, vivimos en una paradoja basada en la ambición de precipitar el deseo para experimentarlo lentamente. La velocidad de los procesos temporales en el amor y el colapso del tiempo del amor debido al uso de las tecnologías digitales afecta a lxs sujetxs amorosxs tanto en un nivel consciente como en un nivel subconsciente. Sobre todo en este último, exacerba ansiedades y reacciones intensas a determinadas situaciones que antes se desarrollaban de manera mucho más paulatina y suave en el tiempo. Si el deseo siempre fue sinónimo de inquietud, en la época del amor mediado por la tecnología es sinónimo a menudo de miedo o incluso fobia. Esto está demostrado, por ejemplo, con las prácticas universalmente difundidas de monitorear al amadx en línea a través de las redes sociales (publicaciones, última conexión, control del Feed) o de la manía preventiva de elegir a lxs partners a través de aplicaciones que pretenden eliminar ilusoriamente las probabilidades de fracaso mediante el cálculo de la compatibilidad de los perfiles. Buscar seguridad y al mismo tiempo aceleración es otra paradoja del amor digital contemporáneo. ¿Qué consecuencias tiene todo esto en la conformación del deseo? ¿Cuáles son las interferencias libidinales del entorno digital en el sujeto amoroso?
Hay autorxs que hablan de atrofia libidinal y de depresión del deseo como consecuencia de la mediación tecnológica. El resultado del oscurecimiento de las trayectorias de un intercambio libidinal, que ya no va de unx hacia el otrx sino que es una “escena única”, aquella de la pantalla. Según estos autores, ahora la libido no se invierte en el otrx, sino que se invierte primariamente en la subjetividad de unx mismx, dando lugar a nuevas formas de narcisismo. La libido se dirige primariamente a la propia subjetividad y a la propia imagen. Nos relacionamos con lxs demás social, emocional, romántica e íntimamente solo como sujetxs que actúan y se someten a la seducción de una ganancia máxima con un riesgo mínimo para nuestra necesidad de autoestima.
Byung-Chul Han, en The Agony of Eros, afirma que las relaciones humanas ya no necesitan a otrx humanx. Para ser precisos, ya no necesitan al “Otrx en Otrx”: es decir, una persona (o personalidad) que frustre la contundente uniformidad del yo, hecha a medida por las plantillas de las tecnologías mediáticas que co-diseñan nuestras interacciones. En su lugar, queremos un mantenimiento/refuerzo del yo en “objetos parte-objetos”.
La presencia, en cambio, ya no es tan apreciada. La no presencia se ha convertido, especialmente en el romance, en el espectro de una nueva norma para las relaciones. De repente, la compañía humana (y la compañía en general) que antes era deseada (o al menos tolerable) parece ser ahora una fuente de hastío y agotamiento energético. La afirmación de Ania Malinowska es que, por primera vez en la historia moderna de la humanidad, en una época en la que gran parte de nuestras relaciones afectivas están mediadas o tienen lugar mediante el uso de tecnologías, tendemos a elegir el código del amor en lugar del amor mismo. Al argumentar nuestra práctica del amor, las tecnologías nos muestran la profunda “codificación” de nuestras experiencias. Nuestros encuentros románticos y eróticos están organizados por guiones: reglas desplegadas por el lenguaje que organizan nuestra conducta sexual/amorosa.
En este punto de la historia, el amor no es en sí mismo un sentimiento, sino un código de comunicación, según cuyas reglas uno puede expresar, formar y simular sentimientos, negarlos, imputarlos a otros, y estar preparado para afrontar todas las consecuencias que puede acarrear la puesta en práctica de tal comunicación. A pesar de todo el énfasis en el amor como pasión, somos conscientes de que se trata de un código, de un modelo de comportamiento que puede ser actuado y que uno tiene a la vista antes de embarcarse en la búsqueda del amor. En la erótica mediada por artefactos, presenciamos una crisis del tacto, del soma, del cuerpo. Todo está traducido a signos sinestésicos. Pero al código del amor subyace el deseo. ¿Qué pasa cuando el deseo y el amor se disocian?
Adrian Mackenzie analiza las tecnologías que aceleran la experiencia de la convivencia. Se cree que algunas tecnologías, como las aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp, pero también las redes sociales como Instagram o las aplicaciones de citas como Tinder, desaceleran nuestro deseo. Cuanto más rápido recorremos las posibilidades de elección de los encuentros, opciones y variantes que nos ofrece hoy el mercado del amor, más dramáticos nos sentimos. Todo esto en el tecno-capitalismo es también el resultado de la mercantilización permanente de la condición humana, del deseo sexual y de nuestras emociones a través de las aplicaciones de encuentros en línea. Pero a pesar de las muchas dudas sobre la veracidad y el valor de las compañías tecnológicas y las aplicaciones que venden, nuestros cerebros (y nuestros corazones) parecen tomárselo en serio de verdad. El amor es un gran poder cuando se apropia de la lógica de las economías de mercado. Pierde su función original como modo de existencia y opera en su lugar como una forma de contratos sociales. Mercantilizar el potencial del amor. Capitalizar las emociones relacionadas con el amor. Las tecnologías que utilizamos hoy no deben verse como nuevas formas de amar.
BIFO retoma este tema en un artículo publicado en e-flux con el título Hyper Semiotization and de – sexualization of desire: on Felix Guattari y nos recuerda que en el Anti-Edipo Guattari afirmaba que no existen sujetos fijos, sino flujos de deseo que atraviesan los organismos, que son al mismo tiempo biológicos, sociales y sexuales, y conscientes. Por otro lado, nos recuerda que la conciencia no es algo puro e indeterminado. La conciencia no existe sin un incesante trabajo del subconsciente, en aquel laboratorio que no es un teatro donde se realiza una tragedia ya escrita, sino una tragedia cruzada por flujos de deseo que uno escribe y reescribe sin parar.
Según Guattari, el deseo no es un hecho natural, sino una intensidad que cambia según las condiciones antropológicas, tecnológicas y sociales, y los códigos que lo intervienen. Esto permite ir hacia una re-codificación constante del deseo. Normalmente asociamos el deseo a la carne, a la sexualidad, a un cuerpo, al acercamiento a otro cuerpo. Pero hay que subrayar que la esfera del deseo no puede reducirse a su dimensión sexual, aunque esta implicación esté inscrita en la historia, en la antropología y en el psicoanálisis. El deseo no se identifica únicamente con la sexualidad y, si bien no podemos concebir una sexualidad sin deseo, en el concepto (y en la realidad) del deseo hay algo más que sexo, como nos muestra el concepto freudiano de “sublimación”, que se refiere a las investiduras sexuales indirectas del propio deseo.
La previsión de Franco Berardi es que, con la incidencia de las tecnologías digitales, no es el deseo en sí lo que está destinado a desaparecer, sino la expresión sexualizada del deseo. La fenomenología de la afectividad contemporánea se caracterizaría cada vez más por una drástica reducción del contacto, el placer y la relajación psíquica que el tacto hace posible. Esto coincide con una pérdida de confianza sensual, una pérdida de esa sensación de profunda complicidad que hace tolerable la vida social. El placer de la piel que reconocía al otro a través del tacto sensual, el dulce disfrute de la intimidad de la mirada. Según Bifo, las posibles consecuencias sociales de la desexualización del deseo serían su perversión y el surgimiento de la agresividad contemporánea. La consistencia del entorno tecnológico inmersivo que habitamos es puramente semiótica. Al desencarnar el deseo, este ya no es la fuerza motriz del proceso de subjetivación colectiva, sino que el proceso de subjetivación toma la forma de ansiedad, auto mutación o a veces agresión, porque el deseo se pervierte en formas puramente fantasmáticas.


La intensidad del deseo deviene en agresividad.
El lenguaje del amor deviene en maltrato.
El amor deviene violencia.